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domingo, 23 de mayo de 2010

El paraíso de polvo (Jaén)

Un millón de almas se mueven hacia la Aldea del Rocío sobre una constelación de polvo y pasos con un objetivo común: la Blanca Paloma. Cientos de miles de motivaciones distintas. Obtener un denominador común de todas sería tan difícil como alinear las estrellas. ¿Fiesta, devoción o ambas dos? No ha nacido el científico que lo aclare. Probablemente, el enigma no tenga una solución única. Andalucía, el pueblo que hace cientos de años reinventó la Semana Santa de los colores, ese sabio que se dio cuenta de que el Domingo Cristo resucitaba, no se atiene a fórmulas exactas.

La Junta de Andalucía sí se atreve con las cifras, por eso ha anunciado que este año la crisis pesa más que la arena en los botos. Calcula hasta un 20% menos de romeros. Según estas cifras, serán 800.000 peregrinos y 100.000 caballos desfilando por la Raya Real en el Coto de Doñana como una enorme parada de carretas, todoterrenos y carruajes desde Ronda, Cádiz, Camas, Granada, Málaga, Alicante, Toledo... Todo resumido en varios caminos: el que viene de Huelva, el de Sanlúcar, el Sevillano... Por ellos transitan más de cien hermandades a las que recibe la Matriz de Almonte en la Aldea del Rocío, curiosa mezcla de pueblo andaluz y del lejano oeste.

Las caminatas de sol a sol detrás del Simpecado de cada hermandad, las ruedas de los coches trazando surcos en la arena, las patas de los animales y la polvareda... Visto de lejos, el Camino tiene algo de la Gran Migración de los animales en las llanuras del Este de África. Visto de cerca, es un microcosmos mucho más complejo.

Los ecologistas protestan contra una peregrinación que amenaza las zonas «sensibles» del Coto, el ecosistema en el que pervive a duras penas el lince ibérico, pero la biodiversidad de los romeros no es más sencilla. Hay de todo. José Lorenzo Soroiz es uno de ellos: 61 años, natural de Legorreta (Guipúzcoa), mecánico retirado de la siderurgia vasca y aficionado a las regatas de traineras, a andar por el monte y a dar de comer en su sociedad gastronómica de San Pedro. Nadie lo diría al ver su traje de corto, su sombrero cordobés y los dos lagrimones que se le cayeron el viernes al pasar el Puente del Ajolí, una de las entradas de la aldea. «Lloro más que ellos. Siento algo muy profundo, no sé muy bien lo que es, pero me engancha», jura con marcado acento vasco. Podría decirse que los caminos del Rocío son inescrutables. El suyo comenzó junto a José Ramón Yurrita, amigo y párroco de Pasajes San Pedro, que ejerció su labor pastoral durante veinte años en Pilas (Sevilla). «Conocía el pueblo y cuando me jubilé, en 2008, decidí hacer un viaje al Rocío y me enganché con la Hermandad de Pilas. Es algo muy especial».

Ante el falso dilema entre fiesta y devoción, Joselontxo (así le conocen los suyos), no posee una respuesta. «Yo no tengo tanto sentimiento por la Virgen como mis compañeros de hermandad, pero sí que noto sus sensaciones y me sobrecogen. Me emociona mucho que me hayan aceptado como a uno más cada año y que me quieran de esta manera», comenta 'Peregrino del Norte con vino y bota'. Le bautizaron con este apodo en su primer camino, en una extraña ceremonia que terminó con dos huevos rotos en la cabeza y muchos abrazos.

Inma Hernández Asencio, gaditana, 34 años, estudiante, «mariana de toda la vida», vive uno de los caminos más devotos a la vera del Simpecado de la Hermandad de Cádiz, junto a los 900 hermanos con los que comparte momentos duros y ataques de risa. «Ella es como nuestra madre, la que nos lleva y nos permite con su presencia seguir caminando en la vida. Esto es una metáfora enorme de lo que vivimos», reza.

Oraciones y vino
La romería viene de lejos. Arrancó hace mucho, en el siglo XIV, cuando un cazador de Villamanrique de la Condesa (Sevilla) encontró supuestamente a la virgen en el hueco del tronco de un árbol. Hoy es un fenómeno de masas con infinidad de interpretaciones, aunque en la base de todo pervive la religión. De hecho, si se le pregunta a Inma por sus momentos más especiales del camino, no salen a colación las fiestas de postín, ni los grandes cachondeos. «Yo me quedo con el rosario que rezamos el jueves noche junto a la Hermandad de Puerto Real y con el momento en el que dejamos atrás el Coto y vemos la espadaña de la casa de nuestra madre». La fe tampoco es enemiga del vino en las noches de pernocta, bajo el hipnótico sonido de la flauta y el tamboril. «Lo malo es que ya no nos dejan hacer fuego y hace bastante frío». Con todo, más de una vez se les ha hecho de día cantando en lugares de nombres mágicos como Carboneras, el Cerro del Trigo o la Laguna del Sopetón, la geografía que lleva irremediablemente hacia la aldea a la que ya habrán llegado todos. Esta noche, nadie sabe a qué hora, los almonteños saltarán la reja en el clímax de su ceremonia chamánica y la Blanca Paloma saldrá a las calles escorada sobre un temporal de manos, pechos y espaldas en franca lucha por tocarla. A los romeros aún les quedará la vuelta, rendidos, felices caminantes sobre su edén de polvo.

Ideal.es

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