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miércoles, 31 de marzo de 2010

SEVILLA, MARTES SANTO: Calma tras la tempestad

La lluvia cruel tiene también sus bondades. Pasadas las tristes escenas de la última hora del Lunes Santo comenzaba la jornada del martes con una estampa inédita por Alfonso XII. El susurro de las esbeltas palmeras del Centro de Estudios Hispanoaméricanos y del CSIC (no confundir con la serie americana) era el único acompañamiento musical para el Señor de las Penas cuando enmudecían el fagot y el oboe. Sumida en la más profunda oscuridad llegaba la Virgen de los Dolores con los sones de Soleá dame la mano, precedida por una poco habitual bulla de cangrejeros. Cinco cirios la iluminaban, los únicos puntos de luz en ese instante que recompensa el alma y que hacen que merezca la pena aguantar hasta la una de la madrugada aunque los pies estén calados por el agua y el cuerpo a punto de traspasar el dintel de un resfriado de consecuencias aún por determinar. El agua lo limpia todo, incluso el paisaje de la ciudad, expedito de sillitas plegables y de ese público de dudoso respeto que rompe el silencio de la noche con comentarios que hablan más de lo humano que de lo divino, que lo mismo le da, que le da lo mismo, alternar en sus oídos a Camela con Font de Anta. Por Tetuán la amanerada silueta del Cristo de la Expiración se recortaba en un cielo que mostraba la mejor luna de estos días, ese satélite de recurridos tópicos que tanto se anheló la noche del lunes. Al fondo, los sones musicales de la Virgen de las Aguas que acaparaba todas las miradas. Y los olfatos, pues a finales de marzo ya olía a jazmín de agosto en Sevilla. La ciudad volvía a tomarle el pulso a la Semana Santa.

volvió la normalidad
El sol trajo el buen tiempo, y con él también volvieron las sillitas y las minifaldas tubulares que se estrenaron el domingo y que ya quedan tan lejos en la memoria. También volvió la suciedad a las calles, que aparecieron alfombradas del azahar que el día anterior desprendió la lluvia de los naranjos. Junto a ellos, desperdicios, muchos desperdicios. La cera ya no es la única huella que deja la Semana Santa en la urbe. Los carteles de Lipasam no acaban de calar hondo en el colectivo ciudadano que sigue tapizando las calles de la ciudad con las muy sonoras cáscaras de pipas, las ruidosas latas de refrescos y los argénteos envoltorios de bocadillos que ahora con la crisis han vuelto al podium de la gastronomía semanasantera.

Comer sí que comieron y mucho las personas que se congregaban a las cuatro de la tarde en el Muro de los Navarros. Más que para ver la cofradía de San Benito aquello parecía una acampada universitaria en Reina Mercedes. Cuerpos reposando en bordillos, aceras y portales cuando la jornada no había hecho más que empezar. En sus manos cabía la más genuina variedad culinaria: desde el tradicional bocata de chopped hasta porciones de pizza cuatro estaciones. Indulgencia plenaria al Naturhouse en estos días donde, además de reconfortar al espíritu, hay que tener contento al estómago.

No fueron éstas las únicas imágenes cuestionablemente estéticas que nos proporcionó la jornada. En La Alicantina había un ejército de nazarenos de San Esteban ejerciendo "su derecho" a la merienda cuando su cofradía pasaba a escasos metros y en las gradas de la Catedral casi un tramo de nazarenos del Cerro almorzaban mientras el resto del cortejo transitaba por la carrera oficial.

Estampas cada vez más costumbristas de esta Semana Santa en la que ganan terreno de forma paulatina los nuevos personajes ávidos del solo sin fin de corneta y de la chicotá de coreografía retorcidamente barroca de una cuadrilla. Sólo así se explica que ayer se pudieran ver pandillas de jóvenes grabando a la banda de las Tres Caídas tras el paso del Señor de la Salud de la Candelaria, o esperando desde la diez de la mañana a que se abrieran las puertas de San Esteban para ver la dificultosa salida de la Virgen de los Desamparados. Un público que no es capaz de contemplar el tránsito de una cofradía sin alzar el móvil o sin romper el silencio de un instante. Son las nuevas generaciones que deambulan por la ciudad sin saber de bullas, sólo de sillitas plegables y de terreno público conquistado donde el respeto es como el sol en el Viernes Santo, algo que sólo se aprecia muy de cuando en cuando.

Lo mejor del día
Aún quedan otras instantáneas para erizar la piel, para poner el vello como el arco dentado de San Esteban, que diría un aspirante a pregonero con lenguaje y pluma más que sensibles. El mejor Martes Santo está en el Cerro del Águila, en esas dos vías de servicio paralelas que son las madres con todo el avituallamiento para asistir a sus hijos nazarenos. Esas vecinas que, mano en el hombro, siguen una tras otra la promesa de acudir con la Virgen del barrio hasta las mismas entrañas de la ciudad, en la reconquista que año tras año hacen las mujeres del Cerro por estas calendas.

También fue el Martes Santo del Cristo de los Estudiantes en el Arco del Postigo y de la Virgen de la Angustia abandonando la Plaza de la Contratación a los sones de Jesús de las Penas. También fue el Martes Santo de la llamada de atención del nuevo prelado hispalense, monseñor Asenjo, quien antes de que la cofradía de La Bofetá se pusiera en la calle quiso recordar a los cofrades que las hermandades son Iglesia y que lo contrario es "herejía". Palabra que sentó como el nombre de la hermandad a más de uno.

En este Martes Santo la herencia que dejó la lluvia fue el frío. Adiós a las tirantas que dieron la bienvenida a la Semana Santa. Regresan los abrigos, bufandas y guantes. A la espera de que el mercurio dé una buena levantá, la ropa de nueva temporada (definición cursi donde las haya) quedará en el armario. Y todo hace prever que por mucho tiempo. Las bajas temperaturas provocaron que por la noche se congregara menos público que en las horas centrales, cuando hubo zonas, como Luis Montoto o la Plaza de San Lorenzo, repletas de personas, una imagen que no se producía desde hace varios años.

La última elegancia
La noche trajo también bellas estampas. La mirada perdida del Cristo de Santa Cruz. Momentos sublimes al paso de San Benito por la calle Águilas. Belleza indefinible con la Virgen del Dulce Nombre, la última elegancia de la jornada. Todo en en este Martes Santo de apagón analógico y despedida de un político municipal. Todo en el día en el que la ciudad retomó su Semana Santa.

Diario de Sevilla.

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